Cuando hablamos del control del error dentro del proceso de enseñanza aprendizaje en los niños, tomamos como referente a María Montessori. Esta italiana, médica y maestra fue la impulsora de la metodología que hoy en día lleva su nombre, además de ideas tan innovadoras como la pedagogía científica, que trataremos más adelante en otro post. Toda su metodología se sustentaba bajo el lema de los tres imprescindibles en una escuela: amor, ambiente y relación del niño con el ambiente.
Para María Montessori, el error debía ser tratado desde la disciplina positiva, en sus palabras: “será mejor demostrar una actitud simpática hacia el error y considerarlo como un compañero que vive con nosotros y que tiene una finalidad, porque realmente la tiene.” El guía (maestro) debe demostrar al niño que confundirse no es una cruz en el cuaderno ni un punto menos, es una acción natural que puede ocurrirle a todo el mundo, es aceptada, y que además conllevará a un aprendizaje.
Por ello, quienes conocéis la metodología Montessori sabréis que el control del error por parte de los niños es uno de sus puntos clave, además de otros como la simplicidad de los materiales, el juego como método de aprendizaje o los ambientes adaptados a los niños.
Los materiales Montessori por este motivo son autocorrectivos, el propio niño en el momento del aprendizaje puede saber su resultado, dándose cuenta del error o del acierto y aprendiendo de él. El error irá guiando al niño durante el ejercicio, le provocará ganas de continuar y de conseguir un logro y por tanto de enriquecer su propio aprendizaje.
Todo ello es importante porque hay que aprender a vivir con los errores desde la niñez ya que en la adolescencia y en la edad adulta pueden provocarnos problemas como la frustración, la inseguridad en uno mismo o el perfeccionismo excesivo. Por tanto, como maestros y padres, hay que tener muy presente que TODOS NOS EQUIVOCAMOS y que debemos ver ese error como algo positivo que nos ayude a explorar nuestras posibilidades y a encontrar la solución.
Debemos dejar al niño hacer, sin meterle prisa con expresiones como: “deja que ya lo hago yo”, “yo voy más rápido” ya que estaremos menospreciando su esfuerzo y destruyendo su interés. No hay que corregirle sino esperar a que el niño lo vea, ya que si no lo ve, es que no está preparado para ese aprendizaje. Como adultos conscientes y conocedores de metodologías como esta, debemos adelantarnos a esos momentos de frustración y si por ejemplo el niño tarda mucho en hacer los ejercicios, en vez de utilizar ese tipo de expresiones, comencemos antes con los deberes.
Os dejo por aquí un material hecho en casa con el que los niños pueden trabajar de manera autónoma, asociando cada lado del plato con su correspondiente y pudiendo comprobar gracias al puzle que contienen las piezas, su acierto o su error. De esta forma daremos un ejercicio dirigido por el adulto pero dejando la autonomía y libertad que el niño necesita para construir su aprendizaje.